La serpiente mordió a la gallina, y con el veneno ardiendo en su cuerpo, buscó refugio en su gallinero.
Pero las demás gallinas prefirieron expulsarla para que el veneno no se propagara.
La gallina salió cojeando, llorando de dolor. No por la mordida, sino por el abandono y el desprecio de su propia familia en el momento en que más los necesitaba.
Así se fue... ardiendo de fiebre, arrastrando una de sus patas, vulnerable a las noches frías.
Con cada paso, una lágrima caía.
Las gallinas en el gallinero la vieron alejarse, observando cómo desaparecía en el horizonte. Algunas decían entre sí:
— Que se vaya... Morirá lejos de nosotras.
Y cuando la gallina finalmente se desvaneció en la inmensidad del horizonte, todas estaban seguras de que había fallecido. Algunas incluso miraban al cielo, esperando ver buitres volando.
Pasó el tiempo.
Mucho después, un colibrí llegó al gallinero y anunció:
— ¡Su hermana está viva! Vive en una cueva muy lejos de aquí.
Se recuperó, pero perdió una pata por la mordida de la serpiente.
Le cuesta encontrar comida y necesita su ayuda.
Hubo un silencio. Luego comenzaron las excusas:
— No puedo ir, estoy poniendo huevos...
— No puedo ir, estoy buscando maíz...
— No puedo ir, tengo que cuidar a mis pollitos...
Así, una por una, todas rechazaron la petición. El colibrí regresó a la cueva sin ayuda.
Pasó el tiempo nuevamente.
Mucho después, el colibrí volvió, pero esta vez con una noticia dolorosa:
— Su hermana ha fallecido... Murió sola en la cueva... No hay quien la entierre ni quien la llore.
En ese instante, un peso cayó sobre todas. Un profundo lamento llenó el gallinero.
Quienes ponían huevos, pararon.
Quienes buscaban maíz, dejaron las semillas.
Quienes cuidaban polluelos, los olvidaron por un momento.
El arrepentimiento dolía más que cualquier veneno. ¿Por qué no fuimos antes?, se preguntaban.
Y sin medir la distancia ni el esfuerzo, todas partieron hacia la cueva, llorando y lamentándose. Ahora sí tenían un motivo para verla, pero ya era tarde.
Al llegar a la cueva, no encontraron a la gallina... Solo hallaron una carta que decía:
"En la vida, muchas veces las personas no cruzan la calle para ayudarte cuando estás vivo, pero cruzan el mundo para enterrarte cuando mueres.
Y la mayoría de las lágrimas en los funerales no son de dolor, sino de remordimiento y arrepentimiento."
Pero las demás gallinas prefirieron expulsarla para que el veneno no se propagara.
La gallina salió cojeando, llorando de dolor. No por la mordida, sino por el abandono y el desprecio de su propia familia en el momento en que más los necesitaba.
Así se fue... ardiendo de fiebre, arrastrando una de sus patas, vulnerable a las noches frías.
Con cada paso, una lágrima caía.
Las gallinas en el gallinero la vieron alejarse, observando cómo desaparecía en el horizonte. Algunas decían entre sí:
— Que se vaya... Morirá lejos de nosotras.
Y cuando la gallina finalmente se desvaneció en la inmensidad del horizonte, todas estaban seguras de que había fallecido. Algunas incluso miraban al cielo, esperando ver buitres volando.
Pasó el tiempo.
Mucho después, un colibrí llegó al gallinero y anunció:
— ¡Su hermana está viva! Vive en una cueva muy lejos de aquí.
Se recuperó, pero perdió una pata por la mordida de la serpiente.
Le cuesta encontrar comida y necesita su ayuda.
Hubo un silencio. Luego comenzaron las excusas:
— No puedo ir, estoy poniendo huevos...
— No puedo ir, estoy buscando maíz...
— No puedo ir, tengo que cuidar a mis pollitos...
Así, una por una, todas rechazaron la petición. El colibrí regresó a la cueva sin ayuda.
Pasó el tiempo nuevamente.
Mucho después, el colibrí volvió, pero esta vez con una noticia dolorosa:
— Su hermana ha fallecido... Murió sola en la cueva... No hay quien la entierre ni quien la llore.
En ese instante, un peso cayó sobre todas. Un profundo lamento llenó el gallinero.
Quienes ponían huevos, pararon.
Quienes buscaban maíz, dejaron las semillas.
Quienes cuidaban polluelos, los olvidaron por un momento.
El arrepentimiento dolía más que cualquier veneno. ¿Por qué no fuimos antes?, se preguntaban.
Y sin medir la distancia ni el esfuerzo, todas partieron hacia la cueva, llorando y lamentándose. Ahora sí tenían un motivo para verla, pero ya era tarde.
Al llegar a la cueva, no encontraron a la gallina... Solo hallaron una carta que decía:
"En la vida, muchas veces las personas no cruzan la calle para ayudarte cuando estás vivo, pero cruzan el mundo para enterrarte cuando mueres.
Y la mayoría de las lágrimas en los funerales no son de dolor, sino de remordimiento y arrepentimiento."
La serpiente mordió a la gallina, y con el veneno ardiendo en su cuerpo, buscó refugio en su gallinero.
Pero las demás gallinas prefirieron expulsarla para que el veneno no se propagara.
La gallina salió cojeando, llorando de dolor. No por la mordida, sino por el abandono y el desprecio de su propia familia en el momento en que más los necesitaba.
Así se fue... ardiendo de fiebre, arrastrando una de sus patas, vulnerable a las noches frías.
Con cada paso, una lágrima caía.
Las gallinas en el gallinero la vieron alejarse, observando cómo desaparecía en el horizonte. Algunas decían entre sí:
— Que se vaya... Morirá lejos de nosotras.
Y cuando la gallina finalmente se desvaneció en la inmensidad del horizonte, todas estaban seguras de que había fallecido. Algunas incluso miraban al cielo, esperando ver buitres volando.
Pasó el tiempo.
Mucho después, un colibrí llegó al gallinero y anunció:
— ¡Su hermana está viva! Vive en una cueva muy lejos de aquí.
Se recuperó, pero perdió una pata por la mordida de la serpiente.
Le cuesta encontrar comida y necesita su ayuda.
Hubo un silencio. Luego comenzaron las excusas:
— No puedo ir, estoy poniendo huevos...
— No puedo ir, estoy buscando maíz...
— No puedo ir, tengo que cuidar a mis pollitos...
Así, una por una, todas rechazaron la petición. El colibrí regresó a la cueva sin ayuda.
Pasó el tiempo nuevamente.
Mucho después, el colibrí volvió, pero esta vez con una noticia dolorosa:
— Su hermana ha fallecido... Murió sola en la cueva... No hay quien la entierre ni quien la llore.
En ese instante, un peso cayó sobre todas. Un profundo lamento llenó el gallinero.
Quienes ponían huevos, pararon.
Quienes buscaban maíz, dejaron las semillas.
Quienes cuidaban polluelos, los olvidaron por un momento.
El arrepentimiento dolía más que cualquier veneno. ¿Por qué no fuimos antes?, se preguntaban.
Y sin medir la distancia ni el esfuerzo, todas partieron hacia la cueva, llorando y lamentándose. Ahora sí tenían un motivo para verla, pero ya era tarde.
Al llegar a la cueva, no encontraron a la gallina... Solo hallaron una carta que decía:
"En la vida, muchas veces las personas no cruzan la calle para ayudarte cuando estás vivo, pero cruzan el mundo para enterrarte cuando mueres.
Y la mayoría de las lágrimas en los funerales no son de dolor, sino de remordimiento y arrepentimiento."
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